domingo, 22 de marzo de 2009

INFORMACION DESIERTO BLANCO II

Y el Desierto Blanco
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Tu siguiente destino es Farafra, pero antes de llegar allí, a unos 37 km… la gran sorpresa del viaje: el Desierto Blanco. Tendrás que internarte por una pista para descubrir el maravilloso paisaje de rocas calcáreas que surgen de la arena, algunas modeladas con increíbles formas por la erosión. Creerás estar inmerso en el decorado de una película de ciencia ficción. Pero es real y no podrás dejar nunca de pensar en él, sobre todo, si disfrutas de un atardecer junto a una hoguera, con un vasito de té en la mano.
Farafra es el más pequeño de los oasis del desierto líbico. El pueblo, con sus casitas de piedra y adobe y techos de caña, tiene cierto encanto. Date un paseo por sus callejuelas y podrás disfrutar de algunas de sus fachadas decoradas. También te aconsejamos que visites el Museo Badr, construido por Badr Abd El Moghny, un artista local que exhibe aquí su obra: pinturas, esculturas… Puedes comprarle un cuadro o unas postales y también ver cómo trabaja. Charla con él y recorre su museo, repleto de salas, una de ellas vacía, en la que el pintor, según dice, guarda toda su tristeza. Quizás a la entrada del museo te encuentres con Mr. Socks, a quien todo el mundo llama así porque hace y vende calcetines de lana de camello.
Sin duda el verdadero interés de Farafra, rodeada por un recinto de piedra, está en sus alrededores. El palmeral comienza al oeste del Kasar, el barrio más antiguo de la localidad. Verás no sólo palmeras, también olivos y otros árboles frutales. Muy cerca, te proponemos darte un baño. En el pozo de Bir Setta: aguas sulfurosas calientes en las que podrás relajarte.
Bidones viejos y barreras de piedra. Así son los siete controles que deberás pasar hasta alcanzar la población deSiwa, nuestro último punto marcado en el mapa. Pero antes de llegar, de nuevo, un aliciente en el camino: el increíble Mar de Arena, con dunas a merced del viento y que parecen hechas de seda.
De noche en el desierto
Este es, posiblemente, uno de los mejores lugares del mundo para encontrarse con uno mismo. No hay nada comparable a esperar a que caiga el sol, encender una hoguera y dejar pasar el tiempo ante un vaso de té. Todos los conductores egipcios llevan siempre bien cargado el coche con leña para encender las fogatas. Ellos mismos suelen preparar la comida, que no suele ser otra cosa que pan, queso, miel y, seguramente, ensalada de atún (todo está incluido todo en el precio del tour). Recuerda que en el desierto las noches son muy frías y las mañanas calurosas (evita el verano). Lleva calzado cubierto (botas) y duerme, mejor, en tu saco, pero fuera de la tienda; así disfrutarás de su cielo estrellado.
Y a en tu destino, lo primero que debes visitar es la llamada Montaña de la Muerte (Gebel el Mut), a 1 km al norte de la población. Es una colina que sobresale del oasis, repleta de tumbas excavadas de diferentes épocas. La entrada es gratuita, aunque el vigilante espera una propina. En sus alrededores siempre hay puestos donde puedes comprar pañuelo. Hay mucho que ver en Siwa. Por ejemplo, las ruinas del templo de Um Abayda, en un claro del palmeral. Del que seguro que te llaman la atención unos bonitos relieves de dioses egipcios. Fueron realizados durante el reinado de Nectanebo II, en el año 360 a. C.
También en ruinas está el templo de Amón, el monumento más importante de Siwa, en la pequeña localidad de Aghurmi. Fue construido en el siglo VI a.C. y en él se encontraba el oráculo al que acudían gentes de toda la cuenca mediterránea para conocer su destino. ¿El más famoso de sus visitantes? Alejandro Magno, que atravesó el desierto para saber si algún día sería el amo del mundo entero. Lo que, por lo visto sí le dijo el dios Amón por boca del oráculo, fue que era hijo suyo. Quizás por eso, antes de morir, el gran Alejandro expresó su deseo de ser enterrado en Siwa, aunque, como es sabido, la tumba del macedonio jamás ha sido encontrada.

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